La
mestre d’Obaba escriu en el seu diari: “En una ocasión leí que para ser
feliz solo hacían falta dos cosas. La primera tenerse a uno mismo en
gran consideración; la segunda, no tomar en cuenta la opinión que los
demás puedan tener de nosotros”
“En
mi caso, el pasado se reducía a unas pocas imágenes. Al mirar atrás
jamás encontraba un hilo conductor o un paisaje bien construido, sino un
vacío salpicado de islas, de recuerdos. Un mar de nada con algunas
islas, eso era para mí el pasado”
“Sin
embargo, las cosas que se olvidan no se pierden del todo. Van a parar a
algún lugar, a alguna rendija de la memoria, y allí se quedan,
dormidas, pero no muertas. Y, naturalmente, pueden despertarse. A veces,
basta un olor para que lo hagan. Otras un gesto. A mí, en aquella
ocasión, me ayudó un sombrero”.
Parlant
d’una foto col·lectiva amb tots els alumnes de l’escola diu: “en
aquella época todos teníamos alrededor de nueve años y todos quedamos
retratados, unidos para siempre los que, como viajeros con distintos
destinos, entraríamos poco después en la corriente de la vida y nos
separaríamos por completo”.
Pasaron
inviernos y veranos, y, como quienes toman parte en el juego de la oca,
nos fuimos alejando de nuestra casilla inicial: avanzando ligeramente,
unas veces, saltando de oca en oca; desviándonos, otras veces, de los
paisajes luminosos, cayendo en cárceles o en infiernos. Llegó así el día
en que nos levantamos de la cama y comprobamos en el espejo que ya no
teníamos nueve años, sino veinte o veinticinco más; que aun siendo
jóvenes, ya no éramos verdes.
Asombrados,
nos pusimos a repasar afanosamente nuestra existencia ¿Cómo habíamos
llegados hasta allí? ¿Cómo nos habíamos alejado tanto? Era cierto que
nos sentíamos más cansados que en los tiempos de la escuela primaria;
... pero ¿qué otras cosas habían cambiado? La cuestión se presentaba
complicada .....”
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